sábado, julio 25, 2015

El ocaso de los hoteles


Los fenómenos sociológicos transcurren ante los ojos de todos, pero mucha gente no los percibe, porque no puede, no quiere o no sabe. Pero los que hemos vivido la evolución del turismo desde 1960, no dejamos de sorprendernos por esta deserción de los turistas de los hoteles. Como si los últimos defensores de la cultura hotelera fueran los del ´todo incluido´, clientes fieles, más tranquilos y previsibles.
El turista de hotel se basa en la previsión. No se le puede hacer jugarretas, porque deja de volver y queda muy escarmentado: paga por unos servicios que conocía de antemano y tiene una especial fobia a las improvisaciones. El turista no viene a fregar platos ni a cocinar, viene a descansar y no le gusta que le sorprendan en exceso. Quiere lo comprado y que le dejen en paz, bebiendo su cerveza sentado en la piscina o cerca de la playa.
Para determinado tipo de hoteles, ya muy amortizados, el all inclusive es una modalidad rentable de la que nadie quiere desprenderse, mientras el mercado la solicite. Algunas instalaciones dan un servicio muy digno y bien cuidado.
¿Quién más puede ser cliente de un hotel? A excepción de los excéntricos millonarios que visitan Ibiza para una noche, no se me ocurre un tipo o un grupo especial. Por lo tanto vamos a hacernos la pregunta a la inversa: ¿Quién no va a los hoteles en esta Ibiza del siglo XXI?
Rápidamente todos nos haremos una lista de conocidos y amigos que consiguen alquilar su casa con un pequeño estanque convertido en piscina a unos precios muy excitantes.
Residentes extranjeros durante el invierno, de pronto alzan el vuelo con dos maletas repletas y se van a Chequia, Marruecos, o a su Alemania natal. Mientras ellos disfrutan el verano en una zona más fresquita y barata, su casa en Ibiza les dejará suficiente dinero para pasar el invierno holgadamente. Y sin tener que vigilar ni cobrar ni manipular las enojosas cuestiones prácticas diarias: una agencia se encargará de todo.
Cuando veíamos la proliferación de casitas dispersas por toda la isla en los años 70 nos quejábamos del destrozo ambiental. Ha sido muy superior a los esperado. Teníamos razón los conservacionistas y ahora no tiene remedio. Entonces solía ser siempre un ibicenco quien te decía que tenía derecho a hacerle una casita a cada hijo. Yo les contestaba siempre lo mismo que a los catalanes con su obsesivo derecho de autodeterminación: este derecho no existe.
Da igual, de seguir esta lógica el caso es que muchos ibicencos dispondrían de varias docenas de hijos cada uno. Ahora nos podemos comer los ladrillos. Los hoteles se van vaciando, la isla es ingobernable y los isleños somos cada vez más pobres y vivimos mucho peor.